[Esta es una relectura]
Conocí este texto a principios de 2019 gracias a la recomendación de Selenchita. Desde que lo leí supe que era un texto para compartir, que era un texto que quería leer con otras. La primera oportunidad de hacerlos se dio a mediados de ese mismo año cuando llevamos a cabo la primera Escuelita Feminista de Colectiva Cuerpa en la Faro Tláhuac, donde junto a mi amiga, colega y compañera de colectiva Joanna facilitamos el módulo 3 que llamamos “Vínculos sanos entre mujeres”.
Recuerdo que en las pláticas que tuvimos para decidir cómo llevar a cabo la sesión y qué textos incluir, coincidimos en que había que dejar el concepto “sororidad” en un segundo plano, pues nos parecía que su uso excesivo y descontextualizado lo había enturbiado y que incluso se utilizaba como ataque entre mujeres. De ahí surgió la necesidad de incluir otro término-brújula que nos permitiera cuestionar distintos aspectos de los vínculos entre las mujeres en el contexto de un sistema patriarcal. La “amistad política” fue la alternativa que estábamos buscando.
Este texto es una mezcla de teoría, praxis y memoria. Es una especie de relato de la amistad entre las feministas chilenas Edda Gaviola y Margarita Pisano. Habla de cómo se conocieron, cómo cultivaron su cercanía y cómo, en la marcha y más allá de su conceptualización teórica, practicaron la amistad política, que a grandes rasgos puede entenderse como el proceso de toma de consciencia y acción para cambiar el mundo y cuyo rasgo político fundamental consiste en la construcción de confianzas y querencias entre mujeres desde el respeto mutuo y el reconocimiento de las genealogías precedentes.
La amistad política entre mujeres tiene otro elemento y quizá es el que me parece más potente, más político, más desafiante y es el que tiene que ver con acabar con los “lugares sagrados”. Esto significa que para poder entablar este tipo de vínculo con otras debemos re/construir una madurez y una ética que el patriarcado se encarga de socavar de distintos modos, ya sea promoviendo la horrenda idea de “mujeres juntas ni difuntas” o censurando el desacuerdo y la crítica señalándolos como contrarios al “deber-ser feminista”, lo que ha traído como consecuencia rupturas irreconciliables en detrimento de la política feminista.
Acá es justamente donde me parece que el texto plantea unas preguntas que nos compete a todas responder: ¿cómo gestionar las discrepancias sin que esto convierta en enemigas potenciales a quienes no piensan como yo? ¿cómo reconocer las reflexiones, saberes y experiencias de las otras desde la horizontalidad? ¿cómo deshacernos de la necesidad -re patriarcal- de querer ser las más feministas, las más congruentes, las más “sororas”, las que sí saben qué onda? ¿cómo reconocemos y reconstruimos la vocación colectiva feminista? Me parece que pensar en ello, solas y acompañadas, es más que necesario en estos momentos donde la confusión conceptual tiene consecuencias en la posibilidad de establecer alianzas duraderas con otras.
Ojalá vuelva a tener la oportunidad de leer y comentar este texto en compañía, porque siento que es la mejor forma de leerlo.