Cuando leo a mujeres que llevan muchos años en el feminismo casi es inevitable que sienta mucha luz y mucha paz gracias a sus palabras que aportan perspectiva y sentido más allá del presente. Además, en el caso de Raquel algo que me sorprendió desde la primera vez que la leí fue la honestidad con que enfatiza de distintas formas que si bien a lo largo de su vida ha acumulado cierta experiencia debido a las numerosas luchas en que se ha involucrado, su voz es una más en la polifonía feminista ante la que nos encontramos. Me parece que se sitúa lejos de la autoridad incuestionable y eso permite acercarse de manera diferente a sus letras.
Este texto es la primera de cuatro cartas en las que la autora aborda diferentes problemáticas que a su parecer son ineludibles de resolver si queremos consolidar la organización política de las mujeres. En este caso el tema es el pacto patriarcal y cómo dificulta la creación de espacios pares entre feministas al instalar una lógica de menosprecio por el saber, la experiencia, el conocimiento y la autoridad de las mujeres y de negar la trama de interdependencia que sostiene la vida, cuyas dos de sus principales consecuencias son, por un lado, la repetición de las prácticas patriarcales en nuestra propia vida y en nuestras organizaciones y, por otro, el descrédito que damos a lo que sabemos, a lo que hemos aprendido y a la apuesta de reorganización de las relaciones que estamos planteando desde distintos ámbitos.
Más allá de esta síntesis, la carta es rica por la multiplicidad de experiencias que Raquel nos comparte. Quizá la más dolorosa es la que tiene que ver con el disciplinamiento del que ella y sus colegas fueron víctimas en el 2016 dentro de un espacio académico que se jacta, al igual que lo hacen sus voces autorizadas todas masculinas, de ser crítico, de izquierda, progresista, etcétera. Desde mi punto de vista, esto pone en entredicho el privilegio del que se acusa casi irreflexivamente a todas las académicas feministas y nos permite ver una muestra de todas las dificultades a las que tienen que enfrentarse frecuentemente por desafiar a los “toros sagrados”, a los machos académicos, y sus prácticas de exclusión contra las mujeres.
Una pista-invitación aparece una y otra vez en todo el escrito y es la de cultivar, fortalecer, priorizar el “entre-mujeres” como un ejercicio activo que nos permita cuestionar cotidianamente los resabios de las costumbres patriarcales que interiorizamos y que nos impide desatar nuestra fuerza creativa y disruptiva, esa que necesitamos para cambiar nuestro mundo aquí y ahora.