Cometierra · Dolores Reyes

Siempre he creído que algunos libros ponen resistencia para ser leídos (¿o será que las resistencias están en nosotras?), sus páginas se hacen densas… igual de pesadas que los temas de los que hablan. Pues eso me pasó con este. Incontables fueron las veces que durante abril y mayo lo tomé y lo dejé, avanzaba unas páginas, lo dejaba unos días y luego cuando lo retomaba tenía que comenzar desde el principio otra vez, en un espiral que parecía infinito.

El texto trata sobre una “mina” que posee un don muy especial, el de ver dónde están lxs que un día simplemente se esfumaron sin dejar rastro. Al vivir en un entorno precario y violento son muchas las personas que recurren a ella para pedirle ayuda, para saber qué pasó con sus hermanas o sus hijas, incluída la “yuta” rebasada y sin respuestas. El don comienza a ser problemático cuanto más gente se acerca a ella para saber lo que nadie quisiera de no ser porque le ocurrió a alguien cercana, pero pesa más su sentir de que los dones conllevan una responsabilidad. Además está la bronca, cada vez mayor, que le da no tener nombre, pues para todxs es solamente la Cometierra. Este arrebato involuntario de la identidad sumado a los horribles pasajes que la tierra quería mostrarle hacían que “las lágrimas la lloraran sola”.
Hay tantas cosas por las que quisiera recomendar esta novela: el elemento sorpresa que para mí representó que la autora recurriera a la ciencia ficción para hablar de los feminicidios y la desaparición de personas se me hace una genialidad, nos permite digerir de otro modo un tema tan denso, sin vanalizarlo pero sin abusar del drama que en sí mismo representan los casos; la forma sutil y contundente en que a través de la historia muestra lo rebasadxs que estamos al respecto, tanto que la policía acude a una vidente para resolver los casos, lo surreal que puede ser en determinado contexto como el argentino y lo habitual que puede ser en otro como el mexicano (recordemos a “La Paca” y los conocidos vínculos entre magia y política, por llamarlo de algún modo, en nuestro país).
Además de eso, y quizá bajo la influencia de una revisión hemerográfica sobre feminicidio y crimen organizado que estuve haciendo durante marzo y abril, este libro me puso a pensar cuántos tipos de “Cometierra” habemos en este mundo azotado la violencia, cuánta “tierra” tenemos que tragar para explicar la lógica de muerte que se ha instalado: ¿cómo nos envenena esa tierra? ¿cómo nos lastima? ¿cómo escapamos a la etiqueta de ser sólo lxs cometierra? ¿cómo equilibrar el sentido de responsabilidad sobre lo que sabes que es urgente hacer y el sueño de que un día ya no haya más tierra que tragar? y, por supuesto, ¿cómo hacer más llevadera la existencia de quienes literalmente tuvieron que aprender a leer la tierra para encontrar respuestas?
No sé.