El síndrome de la impostora · Elisabeth Cadoche y Anne de Montarlot

 

(Lo escuché en este canal de Spotify: https://open.spotify.com/show/1FXacshuINODmDPpv6WPJy)

Quise leer este libro mientras escribía mi tesis doctoral pero algo, que hoy sé se llama síndrome de la impostora, me lo impidió. Creo que mi proceso hubiera sido menos tortuoso de haberlo logrado, pero lo bueno es que pude escucharlo antes de emprender otros proyectos importantes. Quiero contarles sobre los grandes ejes del libro, pero al mismo tiempo quiero contarles lo que vi-veo en mí y en otras queridas amigas que padecimos-padecemos sus estragos cotidianamente. Intentaré hacerlo.

¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas? es la pregunta que sirve de subtítulo al texto y me parece entre provocadora e insidiosa. Provocadora porque nos insta a reflexionar sobre capacidades, desconfianza, mala suerte, entre otros factores que pudieran ayudarnos a formular una explicación lo suficientemente satisfactoria. Insidiosa porque pareciera indicar que el problema es individual y está en cada una de nosotras, que incapaces de otra cosa, giramos en espirales autodestructivos de sospecha sobre nuestros méritos y esfuerzos.

Sin embargo, conforme las autoras avanzan en su argumentación es claro que van integrando los distintos aspectos que estructural, social y psicológicamente explican el exceso de dudas cuando emprendemos trabajos que consideramos significativos y las estrategias que empleamos para sobrellevarlas. A grandes rasgos, este síndrome se cimenta sobre un sistema que valora y enaltece la voz de los hombres sobre la de las mujeres (aunque cabría decir que entre las voces de las mismas mujeres hay unas que se van a valorar más que otras). Esto ya lo sabemos, lo interesante es la manera en que lo ejemplifican, porque lejos de mantenerlo en una nebulosa teórica, lo aterrizan a escenas habituales para todas, como la temprana socialización de género o las tan comunes machoexplicaciones con las que lidiamos continuamente en la vida adulta. Básicamente todo está dispuesto para que las mujeres seamos vistas como seres en los que no se puede confiar, lo que al cabo de repetición termina siendo interiorizado.

El libro se pone bastante interesante cuando se abordan los mecanismos psíquicos a partir de los que sobrellevamos esta desconfianza inmemorial. Si no recuerdo mal son cinco los principales tipos de impostora: la perfeccionista, la experta, la superwoman, la superdotada y la genia, aunque lo más común es que se tengan características de varias o se sienta cercanía con una más que con otra dependiendo del periodo de la vida en que nos encontremos. Más que cinco tipos de respuesta, yo creo que se trata de cinco tipos de heridas que nos ha producido el injusto sistema en que nos desarrollamos. Y ahí está quien cree que su trabajo es valioso únicamente si es perfecto, quien cree que para tener derecho a decir algo sobre cualquier tema debe saberlo todo, haberlo leído todo, tener las referencias más actualizadas, quien cree que para estar a la altura debe trabajar más que todxs y por eso asume responsabilidades que no le corresponden, quien tiene miedo de pedir ayuda porque cree que eso la debilita o quien se obsesiona con ser la número uno en todo porque es la única manera en que el logro le sabe a algo.

He sido todas y sé que tú también.

He tenido crisis de ansiedad que me paralizan por miedo al error, he procrastinado de maneras insanas por obsesión de entregar un escrito perfecto, he buscado la referencia de la referencia de la referencia para sentirme autorizada a decir una frase sobre algo, he creído soberbiamente que puedo con todo y una vez pelee una décima para que no bajara mi promedio semestral, jaja. 

He oído a las amigas más inteligentes y chingonas titubear cuando se expresan en voz alta sobre algún tema que les apasiona, mientras cualquier pendejo improvisado acapara la palabra para opinar sobre un tema del que no tiene idea. He visto el esfuerzo descomunal que algunas compañeras hacen en todas las materias, mientras tipos mediocres se preocupaban por mantener el promedio mínimo para que no los expulsaran del posgrado. He visto la seguridad con la que se mueven algunos sujetos que apenas saben del tema del área que los pusieron a dirigir, mientras tienen ejércitos de mujeres que les sacan la chamba. Realmente es algo horroroso.  

Quiero pensar que soy capaz de mirar todas estas cosas porque ahora estoy un poco distante de esa locura, pero sé que no es una batalla ganada del todo. Que para mantenerme lejos de estas obsesiones debo practicar diariamente el reconocimiento a mi trabajo, la confianza a mis intuiciones, la aceptación de mis límites e incluso la sanadora despreocupación de decir “no sé”, “no puedo” o simplemente “no”.

Necesitamos cultivar confianza personal y colectiva, auto-respeto a prueba de los errores que cometemos y cometeremos y centrarnos más en los logros que conseguimos a diario.