Conocí este libro hace más de un año en un taller sobre narrativa de la violencia contra las mujeres en Latinoamérica, pero sólo había leído “Subasta”, su primer (y a mi parecer más poderoso) cuento.
No sé cómo expresar lo que me ha hecho sentir cada uno de los relatos, todos tan diferentes y al mismo tiempo unidos por el fino hilo de la fragilidad humana, de la pérdida de la inocencia, de la violencia que atraviesa la vida de todas y cada una de las mujeres de este planeta y que se naturaliza a través de las sutiles o no tan sutiles formas en que se socializa el género desde la más tierna infancia. Creo que cualquiera que lea este libro puede reconocerse en las historias de una u otra forma, puede evocar las sensaciones de desconcierto, temor o rabia que se sienten cuando se está ante experiencias igualmente desconocidas que desagradables pero que en el fondo se intuyen invasivas y agresivas.
La sensibilidad de la autora para tratar el tema me hizo querer saber más de su proceso de escritura y comencé a ver entrevistas suyas. Llegué a una en la que habla de la factura física y emocional que le pasa hablar de esto y recordé mis propios procesos durante los años que he investigado sobre violencia, la ansiedad, la angustia, las pesadillas y no sé si por identificación, o por qué rayos, ese día terminé con temperatura… escribir o leer sobre estos temas pasa por el cuerpo inevitablemente.
Luego de una pausa retomé el libro, que superó por completo mis expectativas, y me puse a pensar por qué a pesar de genialidades como “Monstruos”, “Pasión” o “Coro”, “Subasta” fue mi cuento favorito y concluyo que es porque además de la violencia ahí se habla de las formas que desarrollamos para hacerle frente, de cómo subvertimos ciertos códigos porque de ello depende nuestra vida y nuestra supervivencia.